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ONCE UPON A TIME (ÉRASE UNA VEZ) LA PELICULA  es una visión personal de los cementerios utilizando imágenes fotográfícas y  música compuesta especialmente para ésta.
Se trata de una narración sobre los cementerios como lugares de silencio que explican la historia de la vida de NANU. NANU es un personaje que utilizo con frecuencia en otras series fotográfica como representación del ser humano.

El cementerio, lugar donde se puede encontrar historias, detalles sensibles de la muerte y de personas vivas, es uno de mis otros temas habituales.
Las series fotográficas relacionadas con la película las podeis ver en ONCE UPON A TIME I  y ONCE UPON A TIME II.

Esta película es una de sus historias.

CREDITOS:

MUSICA

Música compuesta por Luis Rojas. Obra musical: SOUNDCLOUD   

Variación y edición final: Ferrie = differentieel: AUDIO LOG   DAILYM

IMAGEN

Fotografías y edición de video: Cristina Ortiz

Clip de puesta de sol: Johann Mynhardt. YOUTUBE

 TEXTOS

Consuelo Arredondo

Jesús Forne.

ONCE UPON A TIME from Cristina Ortiz Photo on Vimeo.

La ciudad de los muertos, construida por los vivos como imagen silenciosa y quieta de la urbe inquieta y bulliciosa. Tiene sus casas, pequeñas, húmedas y oscuras, unas; algo más amplias y soleadas, otras; tiene sus apartamentos individuales donde se hacinan unos sobre otros sus parcos moradores; se diría que les falta sitio… pero no, lo que les falta es movimiento, ¿para qué quieren más sitio? Tiene también esta ciudad sus calles y jardines por los que transitan sus visitantes, futuros muertos, como ahora ellos. Muertos de todas las edades, también niños muertos con sus muñecos muertos.

El calendario de esta ciudad está regulado de modo que trabajos, oficios y ceremonias se disponen en un mapa que corresponde al firmamento en esa fecha: así, los días en la tierra y las noches en el cielo se reflejan. O inversamente, los días en el cielo y las noches en la tierra.

—Comprendo bien que vosotros, que os sentís parte de un cielo inmutable, engranajes de una meticulosa relojería, os guardéis de introducir en vuestra ciudad y en vuestras costumbres el más leve cambio. La vuestra es la única ciudad a la que le conviene permanecer inmóvil en el tiempo, esa imagen móvil de la eternidad inmóvil… Habéis salido del tiempo, estáis ya en la eternidad, ¿por qué querríais cambiar? Sí, ya lo sé, el hombre prefiere querer la nada a no querer… pero el cielo, inspirador de leyes, ciudades y calendarios, debe ser escuchado; ¿tal vez por eso estáis tan callados?

Merecéis ser recordados por dos virtudes: la seguridad en vosotros mismos, pues ya nada os afecta, me lo dicen vuestras caras desde esas fotografías en blanco y negro de gesto sereno, incluso sonriente; y la prudencia, pues convencidos de que toda innovación en la ciudad influye en el diseño del cielo, antes de cada decisión calculáis los riesgos y las ventajas para ellos y para el conjunto de la ciudad… y de los mundos.   Consuelo Arredondo

Érase una vez que sin saber por qué me acerqué a un templo de paredes blancas. Alguna vez estuve allí, seguramente. Creo que es el recuerdo la causa de reencontrar la imagen de un lugar que invita al silencio.

¿Acaso no sea un poderoso atractivo el estar en silencio? . Nos invita a escuchar nuestro interior y nos trae el eco de la voz de aquéllos que estuvieron en otro tiempo y permanecen en nuestro recuerdo.

Me pareció extraño regresar a un lugar común del que sin saberlo se tiene un recuerdo. Me quedé parado delante del frontispicio mientras el miedo impregnaba mis huesos en una tarde de verano que quería ser otoño.

Me fije en unas pisadas que a duras penas se definían. No podría decir si eran de mujer o de hombre, de niña o de niño, de joven o de viejo. Me recordaban la arena de la playa, un atardecer en mitad de la nada. Eran como una sombra engalanada.

Pensé en quién sabe quién. Y apareciste, no podía ver tu rostro pero quise reconocer en ti a tantos seres queridos como desconocidos. Intenté mirar atrás y allí estaba mostrando con orgullo su identidad, un número. ¿Acaso no somos números en un universo de estadísticas sin rostro humano?

Me trajo el recuerdo de la querencia por la muerte y el sincretismo que envuelve como una hiedra infinita un rezo.

Allí, sentada junto a una fría lápida con una vieja fotografía rescatada del olvido, pensabas en ese tiempo que se nos escapó de entre las manos.

Sentí como una lágrima desfiguraba tu rostro y quise besarte. Un espacio vacio,una soledad que rompe el silencio emergió como un náufrago. Tal vez una enorme ballena atrayéndonos hacia sus entrañas llamó mi atención.

No me di cuenta y la corriente de un rio bañado de rosas y cruces de nácar me arrastraba más allá de una colmena de anónimas historias para caminantes sin rumbo.

¿Pasas y no te detienes? , creí escuchar. Pensé que todo tiene un precio en esta vida, incluso la del nombre que veo esculpido en esa piedra soterrada con la avocación de última hora sin importar el inexorable goteo una tenue lluvia que cala tanto que talla en la piedra imágenes de ángeles mirando al cielo.

Junto a los caminos o encerrados en los muros el lapidario ha cincelado unas letras en un espacio finito que quiere ser eterno:  D.M.

Pienso en los clásicos, en los poderosos que ascienden por escaleras que conducen a su gloria efímera. Siento como la naturaleza, aunque bella, nos conquista y nos hace suyos e invade sin piedad nuestro universo y nos iguala.

Una rosa, siempre una rosa, presente en nuestro recuerdo. Al paso, las cruces que se hacen sombra mientras el sol se pierde hacia la noche. Las lápidas, dispuestas en formación como ejércitos sacrificados, han quedado huérfanas y nos miran en silencio. Me estremece su soledad.

Érase una vez que junto a una pared de cal sentí el paso de la vida y el recuerdo vivo de nosotros mismos. Una figura de cera sin rostro que como un espejo abría una ventana a nuevos mundos desnudaba su alma. Era un ser humano.   Jesus Forne.